Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1869-1871 (Cortes Constituyentes de 1869 a 1871)
Sesión: 25 de junio de 1869
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Respuesta al Sr. Serraclara, al Sr. Sánchez Ruano y al Sr. Castelar
Número y páginas del Diario de Sesiones: 109, 3.069 a 3.077
Tema: Ejercicio de derechos individuales

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): Señores diputados, cuando yo oí anunciar al Sr. Serraclara una interpelación acerca de la circular que el Ministro de la Gobernación había dirigido a los gobernadores para el ejercicio o cumplimiento de la ley fundamental del Estado, me dije a mí mismo: " trabajo mando al Sr. Serraclara si ha de atacar esa circular por reaccionaria;" y hoy he visto confirmada mi predicción, porque buen trabajo le ha costado en efecto a S. S., y le ha costado tanto trabajo atacar la circular por reaccionaria que S. S. ha tenido muy buen cuidado que no tenerla a la vista y de no leer [3069] aquellos párrafos en los cuales el Ministro de la Gobernación demuestra su falta de liberalismo y su afecto a la reacción.

El Sr. Serraclara, para atacar la circular del Ministro de la Gobernación, la ha envuelto con la del Sr. Ministro de Gracia y Justicia, con la interpelación anunciada sobre la conducta del gobernador de Tarragona, con la cuestión de monarquía, con la cuestión de república, con una porción de cuestiones que bien merecía cada una de ellas que sola se tratara, porque los grandes ríos que en su camino otros más pequeños se les agreguen para llevar en majestuoso curso sus aguas al mar.

Concretando su ataque a la circular del Ministro de la Gobernación, ¿qué es lo que S. S. ha dicho? Nos ha dicho que he yo hecho una distinción entre el período constituyente y el periodo constituido. Ahí está todo el mal de la circular: que el Ministro de la Gobernación cree que algo de lo que es discutible, que algo de lo que se hace, que algo de lo que se puede hacer en un período constituyente, no puede hacerse en un período constituido. Y esto es tan claro, tan de sentido común, tan evidente, que ofendería la ilustración de los Sres. Diputados si me detuviera un solo instante en demostrarlo.

Pues bien, a esto es a lo único que S. S. se ha referido al atacar concretamente la circular que se debate, viéndose después S. S. para continuar sus impugnaciones en la necesidad de suponer en aquel documento cosas e ideas que la circular no contiene. S. S. ha dicho que la circular declara delitos los que no lo son, y yo a ese ataque y a esas observaciones no tengo más que pedir a S. S. que me lea el párrafo en que eso esté consignado; y como su señoría no puede hacer semejante cosa, y como no hay ningún párrafo en que eso se consigne, y como no se declaran delitos, ni se hacen declaraciones de delitos, que no corresponden al Ministro de la Gobernación, yo me limito a decir que eso es completamente inexacto.

¿En qué párrafo de la circular se encuentra esa declaración de delitos? ¿Dónde digo yo nada de eso? ¿Dónde me meto yo a definir las sublevaciones? ¿Dónde a determinar lo que son los motines? ¿Dónde y cuándo me separo de lo que está consignado en el Código penal?

De manera, señores, que el Sr. Serraclara para atacar la circular supone que dice cosas que no dice.

Ya me extrañaba yo que S. S. para atacar un documento al que daba tanta importancia no lo tuviera a la vista; ya me extrañaba yo que para decir que en agua limpia había echado el Ministro de la Gobernación una gota de veneno, no dijera cuál era la gota de veneno y dónde estaba esa mortífera gota. Demuéstrela el Sr. Serraclara, y verán los Sres. Diputados como en vez de ser gota de veneno, es una gota de jarabe para dulcificar y suavizar las asperezas de los extravíos de la libertad.

Lo que hay aquí es que hace mucho tiempo que se vienen poniendo obstáculos a todo lo que sea el ejercicio de la libertad; lo que hay aquí es que desgraciadamente se sigue por algunos una política pesimista; lo que hay aquí es que ciertos liberales no se conforman con que la Constitución del Estado, que es resultado de la soberanía nacional y producto de las Cortes Constituyentes, no haya consignado la forma de Gobierno que ellos quieren; lo que hay aquí es que todos los días, en todas ocasiones, y a pretexto de cualquier cosa, se quieren poner reparos y dificultades a la marcha de la revolución, pretextando que los Ministros son reaccionarios, que el Ministerio quiere destruir la libertad, que la Constitución es mala, y diciendo cosas que S. SS. al decirlas, se ríen de S. SS. mismos, aunque por ello tenga después que llorar el país.

Es necesario que fijemos bien la cuestión para en adelante: es necesario que la fijemos de una vez para siempre: es preciso que la Constitución del Estado que S. SS. quieren que sea ley común para todos, lo sea en efecto, y que desde ahora lo demuestren S. SS. con sus hechos y con su conducta.

Y así debe ser, señores; pero es particular la interpretación que se quiere dar a la revolución; es original la consecuencia que se quiere que tenga la revolución de Septiembre: y yo quiero decir qué es la revolución de Septiembre, cómo se ha hecho la revolución de Septiembre, quién ha hecho la revolución de Septiembre, y las consecuencias que debe esperar el país de la revolución de Septiembre.

La revolución de Septiembre, Sres. Diputados, no ha sido un movimiento más o menos importante en el campo de la política, inspirado por la ambición de un caudillo, o por las intrigas de mando de una bandería, o por el rencor con que pudieran mirarse y combatirse las diversas fracciones a quienes alternativamente favoreciese en el poder la rueda de la fortuna: la revolución de Septiembre ha sido, por el contrario, un alzamiento nacional reparado por todos los elementos liberales del país, por los hombres honrados de todos los partidos, esperado y aceptado por todos los españoles, cansados ya de una política de personalidades y de razas; de una política de intrigas, de odios y de venganzas; de una política rastrera y miserable; de una política de imprudencia y de inmoralidad; de una política, en fin, que tenía sumida a España en el espantoso marasmo en que yacía desde hace tanto tiempo. La revolución de Septiembre es un alzamiento nacional, inspirado en el espíritu de la civilización y del progreso, que entraña un cambio radical en la esfera de la moral, en la esfera de las ideas, en la esfera de la política, en la esfera de las costumbres del país, que hace que la España de hoy no sea la España de ayer, que hace que el pueblo, sumido en la horrible y espantosa noche del fanatismo, se despierte para admirar la limpia aurora del día de la libertad, y que el ciudadano esclavo, cansado de vagar errante por los áridos desiertos de la ignorancia, pueda, ciudadano libre, llegar a descansar bajo el anchuroso pórtico del templo de la civilización. La revolución Septiembre, en fin, es un movimiento nacional que arrastrando y envolviendo a todos los partidos afines, unionistas, progresistas y demócratas, los ha confundido en la denominación común de revolucionarios igualmente interesados en el triunfo de la bandera levantada en las aguas de la bahía de Cádiz.

Y hasta tal punto es esto cierto, que de la misma opinión participaban los que juntos han vivido hasta antes la revolución, los que juntos debiéramos hallarnos, lo mismo unionistas, progresistas y demócratas que, los republicanos; porque a los hombres más eminentes de este partido les he oído muchas veces decir, como les han oído decir cuantos han querido escucharles, que se conformaban con la caída de la dinastía de los Borbones con tal que la dinastía que la reemplazase se sentara en el trono por sufragio universal. Y tan difícil y tan extraordinario y tan imposible les parecía entonces este cambio, que al parecer con tanto afán anhelaban, que creían y proclamaban que los que tal consiguieran habían hecho bastante para satisfacer las aspiraciones, aun de los partidos más exagerados, por toda una generación. Y tenían razón para pensar así, y pensaban bien cuando así pensaban, porque el acontecimiento que entonces con tanta ansia y al parecer exclusivamente anhelaban, y que por último ha tenido lugar, es tan grande, es tan extraordinario, varía de tal manera las condiciones de las personas y de los partidos, que hace fáciles, lógicas y necesarias cosas y [3070] combinaciones que antes se presentaban como repulsivas a la dignidad de los unos, como contrarias a la consecuencia de los otros y como imposibles a la dignidad, la consecuencia y a los compromisos contraídos por todos. Torrente impetuoso que arrastrando las partes altas del terreno y depositándolas en las bajas, iguala su superficie, así la caída de una dinastía y el derrumbamiento de antiguas instituciones arrastra y envuelve los partidos afines, y los empuja y los confunde hasta el punto en que al fin de la catástrofe ninguno se halla en la situación que antes tenía, y todos se encuentran unidos por un mismo esfuerzo y unidos por los mismos compromisos. ¿Podía en realidad suceder otra cosa? ¿Existía aquí un solo partido tan poderoso que hubiera sido capaz por sí solo de hacer una revolución radical, y menos de afianzarla ¿Ha habido en España ese partido, lo ha habido puede haberlo en ningún país? Y aun cuando en España hubiera un partido tan vigoroso y potente que pudiese por sí solo hacer una revolución radical, ¿creéis que una revolución hecha por un solo partido hubiera podido afianzarse? ¡Ah, señores! Las grandes revoluciones, las revoluciones radicales las hacen los pueblos y las afianzan los partidos que las dieron forma, que las prepararon y las dirigieron, y que si separados en la hora del combate no hubieran podido realizarlas, separados en la hora del triunfo no podrían afianzarlas: juntos tuvieron necesidad de encontrarse para destruir, juntos tienen necesidad de encontrarse para edificar. Una sola bandera les sirvió para luchar y vencer, y una sola bandera debe servirles de guía para asegurar la victoria y salvar sus conquistas.

Pues bien, Sres. Diputados: esa bandera común, es símbolo, ese lazo de unión entre los partidos que con una misma idea, con la idea de la libertad, han luchado siguen luchando por la regeneración de la patria, no es ni puede ser otro que la Constitución del Estado. La ley fundamental del país, no puede ser otra cosa que el acto de concordia de los diversos partidos que se convienen de buena fe en llevar a cabo la gestión de los negocios públicos. La Constitución del Estado no es ni puede ser otra cosa que el pacto de alianza entre los diversos partidos, que teniendo ideas afines las unas y comunes la otras, convienen en un símbolo común, dentro del cual puedan después moverse según sus diversas aspiraciones

La Constitución del Estado no es, ni puede ser otra cosa, que la transacción de los diversos partidos, que progresivos los unos y moderadores los otros, se proponen hacer marchar regularmente y sin sacudidas la máquina del Estado.

Y hasta tal punto, Sres. Diputados, es esta mi opinión, que creo será la opinión de todos los Sres. Diputados, que si yo, procedente del partido progresista, que amo a mi partido, como quizá no ame ninguno al suyo que admiro en él hasta sus grandes errores, que si procedente del partido progresista hubiera podido influir en mis amigos, para que hubiésemos hecho una Constitución exclusivamente progresista, yo no la hubiera hecho, y me hubiera opuesto. ¿Qué hubiéramos conseguido con un Constitución exclusivamente progresista? ¿Cuánto tiempo hubiera durado una Constitución exclusivamente progresista? ¿Qué significaría una Constitución exclusivamente progresista en la manera de ser de los partidos en España con semejante Constitución no hubiéramos conseguido más que lastimar la dignidad de los otros partidos, cuya ayuda hemos necesitado para vencer y cuyo concurso necesitamos para gobernar. Una Constitución exclusiva mente progresista no hubiera durado más tiempo que el que hubieran tardado los progresistas en atravesar esferas del poder. Una Constitución exclusivamente progresista no significaría otra cosa que el amor propio de un partido, sobreponiéndose a la satisfacción, al bienestar y la tranquilidad del país.

Pues bien, Sres. Diputados el bienestar y la tranquilidad del país exigen que en manera alguna la ley fundamental del Estado fuera ni producto de las intransigencias de ninguna bandería, ni el resultado del exclusivismo de ningún partido: que las Constituciones se convierten pronto en letra muerta si en vez de ser la obra de todos, o cuando menos de los más, son le obra de unos cuantos, por grandes que se crean, o la sola expresión de un partido, por potente que se considere: que las Constituciones se convierten pronto en letra muerta si no tienen detrás de sí un gran partido que las quiera, que las acepte, que las practique y que, en caso necesario, las defienda.

Pues dadas las circunstancias políticas porque atravesaba el país, dados los antecedentes políticos conocidos de todos, ese gran partido no podía ser otro que el que fraccionado en diversos campos y obedeciendo a distintas enseñas, oyó por fin la voz de la patria y se agrupó en torno de una bandera más grande, más elevada, más santa, que la que hasta entonces a sus diversos grupos había servido de guía: "libertad y patria con honra".

Era, pues, necesario que la Constitución del Estado, para que fuera duradera, fuese la obra de ese gran partido en sus diversos matices y en sus diferentes aspiraciones; era, pues, preciso que el edificio político que hemos levantado, para que fuera estable, que fuese bastante grande para contener las aspiraciones de todas las fracciones de ese gran partido nacional, lo mismo las aspiraciones de los que quieren más que las aspiraciones de los que quieren menos; lo mismo las aspiraciones de aquellos que, minando siempre en alas de un creciente progreso, creen que no deben detenerse jamás, que las aspiraciones de aquellos que, respetando las conquistas que encuentran hechas, buscan en el reposo su afianzamiento; lo mismo las aspiraciones de aquellos que impulsan constantemente el movimiento político que las aspiraciones de aquellos que constantemente lo moderan: que velas y lastre necesita la nave del Estado para que, impulsada por las primeras, y moderado su movimiento por el segundo, pueda navegar siempre y majestuosamente por el piélago inmenso de la política, sin dar jamás ni en los bajos de la reacción ni contra los escollos de la anarquía.

Pues bien, señores, estas eran las aspiraciones, estas las ideas de todos los que trabajaban por la felicidad de la patria: estas eran las aspiraciones, esta la opinión general de todos los que sacrificaban su bienestar, de todos los que sacrificaban sus intereses, de todos los que exponían su vida para hacer la revolución y derrocar aquella situación tan maldecida por todos nosotros. Y con estas aspiraciones y con esta opinión se hizo en efecto la revolución, y sólo por estas aspiraciones y por esta opinión pudo realizarse la revolución.

Se constituye después el Gobierno provisional, y sus individuos, fieles a los compromisos contraídos, Sr. Serraclara, y sus individuos, queriendo cumplir absolutamente todas sus palabras, empezaron por plantear el sufragio universal: y ¡gran gloria es para mí, Sres. Diputados, el haber tenido la suerte de ser el primero en España que con la ayuda y la aprobación de mis dignos compañeros, ha establecido y planteado esa anchurosa base sobre que descansa el derecho político moderno, ese sólido cimiento sobre que se levanta la moderna democracia, ese instrumento poderoso de progreso y civilización, el sufragio [3071] universal, y de que se haya practicado con tanto orden, con tanta libertad, con éxito tan feliz y tan inesperada fortuna, que podamos en este punto servir de modelo a los pueblos más libres y más civilizados de la tierra! ¡Qué es gran gloria para mí, Sres. Diputados, la que la suerte me ha deparado dirigiendo unas operaciones electorales que han dado por resultado una Asamblea Constituyente, en la que con libertad, con orden, con patriotismo y hasta con valor, se han tratado los asuntos más graves, se han proclamado los discursos más radicales, se han expuesto las teorías más peligrosas y en la que el amante del porvenir ha podido tranquilamente discutir con el amante de lo pasado; en la que el absolutista puro ha podido cruzar cortésmente sus armas con el republicano federal; en la que hasta los príncipes de la Iglesia han cambiado modestamente con los ateos su evangélica palabra, y en la que no ha habido partido, fracción, grupo, ni aun secta ni fanático, cuya voz no haya sido recibida por este augusto recinto para irradiarla después y transmitirla a todos los ámbitos de la tierra, o como grandes verdades nacidas de claras inteligencias, o como grandes absurdos producto de perturbados entendimientos! ¡Qué es grande gloria para mí el haber podido contribuir en la pequeña parte que me ha tocado a la reunión de unas cortes Constituyentes en las que una juventud brillante, desterrada hasta aquí de este sitio, saliendo de la pequeña esfera en la que se movía, haya venido aquí a ser adorno de la tribuna española y gloria de la Nación, y en las que habiéndose disputado la palma de la victoria, la sabiduría, la elocuencia, y el patriotismo, nos encontramos con que tenemos que otorgar la palma de la victoria al patriotismo, a la elocuencia y a la sabiduría, porque la sabiduría, la elocuencia y el patriotismo han sabido elevarse a al misma altura y brillar con la misma luz!

Pues bien, señores, con tales antecedentes hemos hecho la Constitución del Estado; así hemos concluido la obra revolucionaría, cuya terminación inspiraba tantos temores a los que, demasiado crédulos, desconfiaban de verla coronada, y tantas y tan ridículas esperanzas a los que en demasía osado o ciegos esperaban sacar partido y medrar a costa de nuestras discordias; así hemos terminado, en fin, la primera y más importante parte de nuestras jornadas para gloria de unos, para desengaño de otros y para dicha de todos los que de buenos españoles se precian; y meced al patriotismo de todas las fracciones de la Cámara y todos sus individuos hemos podido dar una prueba insigne de que somos hombres prácticos, de que hemos sabido edificar lo que hemos podido destruir, de que no somos sordos a las exigencias de la opinión pública, de que sabemos arrollar nuestras antiguas banderas, ahogar nuestras aspiraciones particulares y sacrificar el espíritu de partido ante la bandera de la revolución, las santas aspiraciones del país y el bienestar y la prosperidad de la patria.

Y hecha la revolución con tales antecedentes, y hecha la Constitución del Estado de este modo, ¿podía esperarse que hubiera un partido lo que se llamara liberal, que lo es sin duda alguna, que se opusiese a esa Constitución? ¿Podía esperarse que se tratara de rebajarla un día y otro día? ¿Podía esperarse que se excitara sin intención sin duda, pero que se excitara un día y otro día a las masas a la desobediencia, a la falta de acatamiento, a la falta de respeto a esa Constitución hecha de ese modo y con tales y tan liberales antecedentes? Pues sin embargo, eso es lo que ha sucedido, eso es lo que sucede, y al terminarse la Constitución del Estado a mí me daba pena ver día a un Sr. Diputado levantarse a decir siendo liberal: "Si se aprueba esa Constitución, yo os abandono; yo voy; yo dejo estos escaños; yo protesto contra esa Constitución" como si esa Constitución fuera una carta dada, como si fuera una Constitución impuesta por fracción política soberbia, o como si fuera una imposición hecha por un poder antojadizo, arbitrario. Y otro día se levanta otro Sr. Diputado y dice: "Si aprobáis esa Constitución yo me cruzaré de brazos si la reacción os ataca y permaneceré impasible en la indiferencia que me produce el éxito de la lucha." Y otro día se levanta otro Sr. Diputado y dice: " Yo acato, yo respeto la Constitución; no puedo hacer otra cosa: no hay más remedio que acatarla; pero es necesario destruirla lo antes que se pueda, porque la considero un mal para mi país; yo la destruiré cuanto antes pueda", añadiendo después en voz muy baja, " por supuesto por los medios legales." Y se hacen estas declaraciones como si la Constitución del Estado no fuera hija de la soberanía nacional, como si esta soberanía nacional no fuera el producto del sufragio universal, por todos proclamado, por todos acatado, por todos aceptado, claro está, para pasar por lo que el sufragio universal determine. Y se hacen estas declaraciones a reparar en que al llegar a las masas han de producir, naturalmente, las consecuencias que todos estamos desgraciadamente presenciando en el alarde que por muchos se hace de falta de acatamiento a las Cortes Constituyentes, de falta de respeto a la ley fundamental del Estado, que es, señores, la legalidad revolucionaría, producto del sufragio universal.

¿Y qué sucede? Pues yo pudiera citar miles de ejemplos de esta falta de respeto a lo que todos debieran rescatar y acatar. Se llega a la promulgación de la Constitución y hay corporaciones populares que no sólo se niegan a asistir a la promulgación, sino que se dirigen a los gobernadores haciendo alarde de oponerse a ella; y hay corporaciones populares, hay municipios que el día de la promulgación de la Constitución cierran las puertas de las casas consistoriales y cuelgan de negro los balcones como si se tratase de una gran catástrofe para el país; y hay municipios que se niegan a que el gobernador promulgue la Constitución en el sitio más propio para hacerlo en los tiempos y países más libres, en el palacio del pueblo; y hay autoridades municipales tan insensatas que quieren cerrarle las puertas de las casas consistoriales al gobernador de la provincia que quiere promulgar en ellas el Código fundamental del país; y hay fuerzas ciudadanas que se llaman fuerza de Voluntarios de la libertad, o de enemigos de la libertad, que es como yo llamo a los que se conducen de esta manera, que con las armas en la mano, con las cuales deben defender la patria, en su símbolo, en su ley fundamental, que es la Constitución del Estado, se niegan a asistir a la promulgación de la Constitución y haciendo alarde de su antipatriótico comportamiento van a hacer el ejercicio a la misma hora y en otra parte; y hay presidente de comité republicano y no comité de pueblo de pequeña importancia, puesto que se trata nada menos que de Valladolid, que no sólo hace alarde de no acatar la Constitución del Estado, sino que tiene el valor y el mal gusto de dirigirse al gobernador de la provincia en los términos ridículos que va a oír el Congreso.

Después de proclamada la Constitución, ley ya del Estado, ley que han votado las Cortes Constituyentes, producto del sufragio universal, hay un presidente de un comité, nada menos que el de Valladolid, que se dirige al gobernador en los términos siguientes:

" Ciudadano gobernador: Tengo el honor de participaros [3072] que mañana 17, á las ocho y media de la noche, convoco al partido republicano en el templo de la Libertad para tratar de asuntos relativos a la confederación. Dios os guarde muchos años. -Salud, fraternidad y república. -Valladolid 16 de junio de 1869. -El Presidente del comité republicano, Manuel Pérez Terán " (Aplausos en la izquierda) Eso, eso es lo que está perdiendo la libertad en España: sois unos insensatos: así es como se pierde la libertad en nuestro país. (Bien, bien, en la derecha.) Y sigue el presidente del comité republicano: " Ciudadano gobernador civil de la provincia de Valladolid."

Vosotros habéis aplaudido esta comunicación de vuestros correligionarios de Valladolid: pues esta comunicación no quiere decir más que una falta de acatamiento a la Constitución que todos hemos votado; no quiere decir más que una falta de acatamiento a la autoridad del gobernador de la provincia; no quiere decir más que una falta respeto al Código fundamental, que debe servir de ley común a todos los ciudadanos. Y esos aplausos que dais los que así se conducen, son los que producen esas faltas de respeto a las autoridades y los que excitan a la desobediencia a las masas, a quienes comprometéis desde aquí en seguro, excitándolas a cometer después desaciertos, y crímenes que pagan luego con su sangre. (No, no; sí, sí. Los Sres. Noguero, Castelar y Sánchez Ruano piden la palabra.)

Esos y otros alardes de faltas de acatamiento a lo que han resuelto las Cortes Constituyentes, producto del sufragio universal que todos vosotros habéis aclamado y aceptado, esos alardes son los que traen el ejemplo que acabo de citar y otros varios que no pensaba citar, pero que citaré ahora, para que por esos aplausos que acabáis de tributar al presidente del comité de Valladolid, no crean los demás autorizados para hacer otro tanto.

Viene ahora la manifestación republicana que celebró a su regreso la comisión de Ávila que había ido a Valladolid a la confederación. Entra en Ávila dando vivas a la república federal. ¡En Ávila, señores! ¡Buenos republicanos federales están los de Ávila! (Risas.) ¿Sabéis, señores Diputados quién era el que llevaba, digámoslo así, la batuta en esa manifestación republicana federal y quien daba los gritos de ¡viva la república federal! perturbando el sosiego y la tranquilidad de aquella pacífica población? Pues era un empleado de González Brabo que la Junta revolucionaria echó de su puesto por reaccionario, y que el Gobierno por reaccionario no ha querido volver a colocar. (Rumores en los bancos de la minoría. Bien, bien, en los de la derecha.)

Sigo la relación de los hechos. En Arcos de la Frontera, en el mismo día en que se promulgaba la Constitución, se reúnen los republicanos federales y recorren las calles con banderas y otra porción de enseñas a los gritos de ¡viva la república federal! Pero acompañados de ¡mueran los monárquicos! (Varios Diputados de la izquierda: Mal hecho.) Mal hecho está; pero si no fuera por ciertas declaraciones no se haría lo que ahora confiesan que está mal hecho; y la verdad es que muchas personas honradas huyeron de su casa y de su hogar, temiendo a aquellos fanáticos, que lo mismo gritan ahora ¡viva la república federal que gritarían mañana ¡viva la inquisición si la Inquisición se estableciera. (Agitación en los bancos de la izquierda.)

Dije en otra ocasión, Sres. Diputados, que los republicanos tienen muy fina la epidermis, y cada día me confirmo más en esta idea. Todos los individuos del Ministerio hemos estado sufriendo con calma que se nos compare a Bertrán de Lis, a Bravo Murillo y a González Brabo que se diga que seguimos la misma política que aquellos señores; que se diga que hemos engañado al país y que le estamos engañando. Hemos oído todo esto con calma y con resignación, así los miembros del Gabinete como los de la mayoría y yo lo he oído hasta con la sonrisa en los labios: y los republicanos no pueden resistir las más ligeras observaciones, que al fin y al cabo lo que yo digo no son más que indicaciones deducidas de hechos históricos que ni siquiera me detengo a comentar, que ni siquiera califico, que no hago más que referir. Tened, pues, calma, tened paciencia si no tanta como tengo yo, por lo menos alguna.

Y no he acabado todavía, señores. En Málaga se insulta a los soldados cuando van a proclamar la Constitución, y no les dejan tocar la música, porque los llaman realistas: y por evitar un conflicto, la música tiene que retirarse del sitio en que acostumbra a tocar. Allí se grita constantemente viva la república federal y mueran los monárquicos, y hasta ha llegado el caso de apedrear a algunos soldados.

Y vamos a Mahón, Sres. Diputados. El día que allí se proclama la Constitución, los republicanos federales de Mahón (¡qué gracia me hacen a mí los republicanos federales de Mahón) (Risas.) se reúnen a la misma hora en el teatro, y de allí salen con banderas gritando: ¡viva la república federal! y dando mueras a las Cortes Constituyentes, a la Constitución y a los monárquicos, y así pasa la tarde. Al llegar la noche, y cuando algunos ciudadanos creen que deben iluminar sus casas porque la promulgación de la Constitución es un gran paso hacia el afianzamiento de las libertades, esos republicanos apedrean las casas de los ciudadanos que han iluminado, rompen los faroles de la iluminación y atacan a pedradas la casa de uno de nuestros compañeros, del que representa aquí a aquella circunscripción, cometiendo un grande atentado y alterando la tranquilidad y el sosiego de aquella ciudad.

¿Es así como debe entenderse la libertad? ¿Es así como se entiende el ejercicio de los derechos individuales? (Voces en la izquierda: No, no)

¡Ah, señores! Si esa fuera la libertad, yo renegaría de la libertad: si así se hubiera de entender el ejercicio de los derechos individuales, yo maldeciría los derechos individuales. (Rumores.)

Decís que no: pues que conste y que se sepa que cuando el Gobierno se opone a esas manifestaciones y quiere advertir que eso es punible no falta a su deber, que es lo único que hago yo en esa circular que tanto ha criticado, el Sr. Serraclara. A eso y únicamente á eso me refiero yo en la circular.

Vosotros no queréis más que circulares en que sólo se hable de libertad y de derechos, y es necesario hablar al pueblo de los deberes que con esos derechos se decretan. Pues el deber que yo reclamo es que no se falte al sosiego y a la tranquilidad, que con el ejercicio de un derecho no se imposibilite el ejercicio de los derechos de los demás. Citadme una sola palabra de esas circulares en que no se consigne eso y nada más que eso.

Y a esto llaman los señores de enfrente anfibología, y no quieren que se hable más que de libertad y de derechos, como si la libertad y los derechos no implicaran deberes cuyo cumplimiento es tan sagrado como el ejercicio de los derechos.

Y no quiero seguir narrando, porque sería interminable, hechos por el mismo estilo de los que he referido. Y porque el Gobierno se opone a eso; porque el Gobierno quiere castigar con mano fuerte esos atentados a la justicia; porque el Gobierno piensa someter al rigor de la ley [3073] a todos los que de esa manera atentan contra el sosiego público; porque el Gobierno no piensa tener compasión con los que así atacan el fallo soberano de las Cortes Constituyentes, se dice que es un Gobierno reaccionario, que es un Gobierno que no cumple sus palabras, que es un Gobierno que no respeta sus compromisos, que es un Gobierno como el de Bertrán de Lis, Bravo Murillo y González Brabo.

¡Qué tenemos miedo a la libertad! ¡Risum teneatis! ¿En qué acto de nuestra vida hemos demostrado nosotros miedo s la libertad? ¡Miedo a la libertad nosotros! Puede qué, ¿no hemos puesto nosotros a prueba muchas veces el orden público? Si vosotros hacéis manifestaciones, ya que a todo llamáis manifestaciones, ¿no las hemos hecho nosotros también, más grandes, más solemnes y más numerosas que las vuestras? (No, no. Sí, sí.)

¡Miedo a la libertad! Esto me recuerda, Sres. Diputados, un lance, que por cierto tuvo desgraciados resultados.

Dos ingleses trabajadores en un camino de hierro, cuyas obras se encontraban cerca de un gran río, eran tan famosos nadadores, y tenían tal afición al agua, que apenas pasaba día en que no dedicaran una gran parte de las horas de descanso al ejercicio de la natación. Eran estos dos ingleses un poco dados a la bebida, y un domingo se entregaron a esa costumbre más de lo regular; pero a pesar de su no buen estado, el hábito les impulsó al sitio del río donde solían hacer sus proezas, y llegados a la orilla, el que mejor nadaba, el que en todas sus apuestas había llevado la palma de la victoria, se quedó pensativo, y dijo a su compañero: " Hoy no me baño yo." El otro que había tenido la desgracia de perder todas las apuestas que con su compañero hiciera, se burló de esta observación y le contestó muy satisfecho: " Hoy no te bañas tú porque tienes miedo al agua;" a lo cual replicó el otro: " No, yo no tengo miedo al agua; a lo que hoy tengo miedo es al vino."

Nosotros no tenemos miedo a la libertad; nosotros tenemos miedo a la licencia, nosotros tenemos miedo a la desobediencia de las leyes, nosotros tenemos miedo a la falta de respeto a la autoridad, nosotros tenemos miedo a la anarquía, nosotros tenemos miedo al absolutismo de la fuerza bruta y de la barbarie, que es el peor y el más horrible de todos los absolutismos, nosotros tenemos miedo a todo eso, y ¿sabéis por qué? Porque no tenemos miedo a la libertad, porque queremos la libertad, porque queremos la libertad, porque la libertad es la aspiración de toda nuestra vida, y no queremos que la libertad sea víctima de sus extravíos como aquel desgraciado trabajador que víctima de su borrachera cuando despreciando el consejo de su compañero, se echó al agua y desapareció de su superficie para no volver a aparecer más que cadáver unas cuantas horas después y unos cuantos metros más bajo.

Y no es, Sres. Diputados, no es haciendo esos alardes de desobediencia por gentes que no dan a las autoridades el tratamiento que les corresponde, que no las tratan con la consideración que se merecen, no digo como autoridades, sino como ciudadanos, no es haciendo esos alardes como se educan los pueblos en la libertad; porque es triste decirlo, pero la verdad es que el gobierno de los déspotas infiltraba en los corazones de un sinnúmero de patriotas el amor al hogar domestico, mientras que él gobierna de los liberales, de aquellos que han pretendido sacar a la patria de la humillación en que se encontraba, a vez de inspirar a esos patriotas más cariño al trabajo y al sosiego público para reponer a la Nación de las sacudidas revolucionarias, parece que los anima más al asueto y la holganza. Y en reuniones aquí y en asociaciones allí, en clubs acullá y en confederaciones en otra parte, pasan los días alegre y grandemente.

Y es necesario que se enseñe al pueblo otra cosa, porque ese desbarajuste de las masas, esa falta de conocimiento de sus verdaderos intereses consiste en que muchos proclaman la soberanía nacional, el sufragio universal y la libertad, y son sus mismos enemigos; consiste en que muchos quieren ser libres y no saben ser libres; consiste en que muchos la palabra orden la traducen por traición, por despotismo, mientras que la palabra libertad, cuando sale de sus labios, es sinónimo de licencia; consiste en que para esos grandes patriotas los moderaos infundían miedo, y los gobiernos liberales, como pares que miman demasiado a sus hijos, no inspiran el debido respeto.

Es necesario, señores, que al pueblo se le diga la verdad; es preciso que sepa que cuando la libertad está asegurada, que cuando hay Gobiernos honrados que se proponen de buena fe llevar adelante la nave del Estado, que cuando hay unas Cortes que son la expresión de la soberanía nacional y producto y resultado en les comicios del sufragio universal, la patria no necesita para nada de su brazo, que debe emplearse en sus quehaceres cotidianos, que constituyen una gran parte de la riqueza del país, porque la lanzadera, el martillo y la azada son las armas e la paz.

Es necesario que sepa que sólo cuando Gobiernos menguados, despóticos y antojadizos mancillan sus derechos es cuando la patria puede necesitar de su brazo; que salgan los patriotas entonces, que se manifiesten, que no se escondan, que llamen a sus compañeros, que acudan al sitio de la cita, que vayan entonces a exponer o a perder su vida por el triunfo de la libertad; y que cuando, esto hagan miren a su alrededor y vean cuántos hay entonces que con su palabra y con sus actos los conducen a la lucha, y verán qué pocos son los que se encuentran animosos para la pelea; que vuelvan a mirar cuando llegue el día del triunfo, y verán cuántos les acompañan en la victoria; que cuando la libertad triunfa, Sres. Diputados, hay muchos patriotas, muchos tribunos, muchos elocuentes oradores que predican la felicidad de la patria, que ofrecen la suprema dicha a los hombres del pueblo y a sus familias cuando no saben hacer la felicidad de la suya propia.

Es necesario, por último, que sepa el pueblo que si el gobierno liberal es un padre que mima mucho a los hijos cuando son hijos buenos, hijos sensatos, hijos obedientes, debe ser y será un padre duro y severo para los hijos desobedientes, para los hijos díscolos, para los hijos malos y ara los hijos incorregibles.

Persuádanse, señores, los republicanos, persuádanse todos de cuán cerca está en las circunstancias presentes lo conveniente de lo justo; de cuán ventajosa es la posición que ocupa el que respeta la ley para hacer respetar su derecho; persuádanse también de que los derechos individuales, de que esa preciosa conquista, a la que todos hemos contribuido, no encuentra una garantía más segura ni más grande ni más fuerte que el acatamiento de los deberes que juntos con esos mismos derechos se prescriben; que se persuadan de que en los pueblos libres, en los países civilizados, la garantía más segura de esos derechos está en la Constitución; que hay pueblos muy libres y muy civilizados que no tienen ni siquiera Constitución; que la garantía más segura no está en las Constituciones, que se violan o se mistifican; no se encuentra en la opinión pública, que se extravía o se ahoga; no lo encontrarán [3074] en las necesidades del país, que se desconocen o se desvirtúan; no la encontrarán en su propio valor ni en su virtud, que la justicia y la verdad se desconocen y desfiguran; la encontrarán en el patriotismo, en la abnegación en el respeto profundo y en el sincero acatamiento de la ley fundamental y de todas las leyes del Estado, porque ese patriotismo así deshace las cábalas como destruye las tormentas.

Es necesario que el partido republicano se persuada, y se persuadan todos, de que no hay salvación posible para nosotros ni para la libertad sino afirmando cada vez más el lazo de unión a la legalidad revolucionaria que todos hemos creado, legalidad revolucionaria que es el producto del sufragio universal, que contiene vuestros derechos, y cuyo respeto por parte de todos, no sólo hace inviolables a los republicanos, sino que hace también inviolables a la libertad y a la revolución, asegurando la tranquilidad del país y el bienestar de la patria.

Me he distraído en estas indicaciones generales, y he dejado de seguir el curso de la explanación de la interpelación del Sr. Serraclara; pero bueno es decir algo acerca de la circular del gobernador de Tarragona. Yo puedo decir a S. S. que esa circular del gobernador da Tarragona que ha leído, no es verdad: yo la tengo aquí y en ninguna parte dice lo que S. S. ha afirmado: aquí está el mismo bando que el gobernador hizo fijar en las esquinas. ¿De dónde ha sacado S. S. ese párrafo? (Pausa.) Ante ese párrafo ilusorio que el Sr. Serraclara ha leído, yo creo que por equivocación, voy a decirle a S. S. lo que ha dicho el gobernador de Tarragona. Para ver si la conducta de los gobernadores de provincia en general, y del gobernador de Tarragona en particular está conforme con el espíritu de la Constitución y con la manera de sentir y pensar de los Diputados constituyentes elegidos por sufragio universal, voy a leer unos párrafos de ese bando:

La Constitución consigna en su título I los derechos que tienen todos los españoles. Dentro del ancho círculo que marcan esos derechos pueden los ciudadanos hacer uso de las precisas ¡libertades que se les conceden, pero no deben perder de vista nunca ni echar en olvido jamás que el abuso de esas libertades puede conducirles a un abismo de no muy fácil salida.

 Los ciudadanos todos tienen el derecho de emitir libremente sus ideas y opiniones, de palabra o por escrito, valiéndose de la imprenta o de otro procedimiento análogo. Tienen igualmente el derecho de reunirse pacíficamente, de asociarse para todos los fines de la vida humana que no sean contrarios a la moral pública, y dirigir peticiones individual o colectivamente a las Cortes, al rey y a las autoridades,

" Estas inapreciables conquistas; de nuestra gloriosa revolución nos colocan al nivel de los pueblos más avanzados, no ya de Europa, sino del mundo entero. Los que bajo cualquier pretexto abusen de ellas, pueden ser calificados desde luego de malos patriotas y de enemigos declarados del actual orden de capas."

¿Qué más había de decir una autoridad? (El Sr. Serraclara: Siga S. S. adelante.) ¿Quiere S. S que continúe? Con muchísimo gusto.

"Las Cortes Constituyentes, en uso de su soberanía, han decretado también que la forma de gobierno en España sea la monarquía, y todas las demostraciones públicas que se hagan con una bandera contraria, todos los gritos que se profieran en favor de otra forma de gobierno cualquiera, se consideraran como subversivos por ser atentatorios para la Constitución. " (El Sr. Serraclara: Pues precisamente eso es lo que he leído.) ¿Es esto lo que ha leído antes S. S.? Pues ¿cómo me había de figurar yo que S. S. atacaría esto? Pues qué, ¿quiere S. S. que declaremos que es permitido dar gritos en las calles de ¡viva república! ¡Muera la monarquía! (Afirmaciones ruidosas en la izquierda; denegaciones en la derecha.)

El Sr. VICEPRESIDENTE (Cantero): Orden, señores Diputados.

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): ¿Cómo? ¿Se ha de permitir...(Continúan las voces de uno y otro lado.) Entonces, Sres. Diputados... (Siguen los rumores.)

El Sr. VICEPRESIDENTE (Cantero): Permítame su señoría que le interrumpa un momento. Los Sres. Diputados comprenden muy bien que el Ministro está en su derecho de hablar; les recomiendo la calma que tan digna y necesaria es a la Asamblea, a fin de cada uno pida la palabra y la use cuando llegue su turno.

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): Entonces, señores, ya comprendo por qué decía hoy el señor Serraclara que era necesario deslindar los campos; sí, es necesario deslindarlos. Pues bien: yo declaro en nombre el Gobierno, y, me atrevo a decirlo, también en nombre de la inmensa mayoría de las Cortes Constituyentes, y en nombre de la Nación, que no es posible proferir gritos contrarios a la forma de gobierno establecida en la Constitución del Estado, y que levantar tumultuariamente paseando por las calles banderas en contra de la forma de gobierno establecida, es levantar la bandera de la rebelión, es excitar a la rebelión contra la forma de gobierno consignada en la Constitución. (No, no. -Sí, sí. -El señor Robert: Mañana mismo lo verá S. S. -Grandes murmullos.)

El Sr. VICEPRESIDENTE (Cantero): Orden, señores Diputados.

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): Parece imposible, señores, que hayamos llegado hasta este extremo, hasta discutir lo que no se ha discutido, lo que no ha sido objeto de duda en ningún país del mundo. (Varios señores de la minoría: En todos. -Siguen los rumores.) En ningún país del mundo, Sres. Diputados. Señor Robert, S. S. ha dicho que mañana mismo lo haría hágalo, hágalo S. S., yo le aseguro que caerá bajo imperio de los tribunales. (Bien, bien. -Continúa la confusión. -El Sr. Garrido (D. Fernando): Lo haremos todos.) Pues todos encontrarán en su imprudencia su merecido.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Cantero): El Presidente recomienda el orden y la calma a todos los lados de la Cámara, lo mismo a la izquierda que al centro y a la derecha: es de todo punto imposible que continúe la discusión en la forma que va continuando. La dignidad de las Cortes Constituyentes exige que en ningún lado haya aplausos ni vituperios, y que cada cual se contenga en los límites de la prudencia, observando que está en la Asamblea que representa la soberanía de la Nación española. Siga V. S., Sr. Ministro.

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): Yo reclamo la calma de los señores republicanos; yo les aconsejo que vuelvan en sí; yo se lo pido en nombre de la libertad; yo se lo pido en nombre de la república que con tanta pasión defienden; yo llamo su atención para que recorran en este momento todos los países en que hay verdadera libertad, en que el ciudadano tiene asegurados sus derechos, y me digan en qué país se ha permitido nunca hacer esto una vez promulgada la Constitución del Estado. Pues qué señores, ¿no hay republicanos en Bélgica? No tienen aquellos ciudadanos libertad para discutir, para [3075] reunirse y para asociarse? ¿No tienen perfectamente consignados todos los derechos individuales? Los que hayan visitado la Bélgica, los que hayan leído sus periódicos, los que tengan conocimiento de su historia, digan si recuerdan haber visto allí jamás una manifestación o procesión por las calles con banderas y gritos de ¡viva la república! y ¡abajo la monarquía! (El Sr. Castelar: Yo lo recuerdo.) ¿Hay libertad, Sres. Diputados, hay libertad en Suiza? ¿Están allí garantizados los derechos individuales? ¿Pueden allí todos los ciudadanos, en la prensa, en el libro, en las reuniones, en las asociaciones, discutir como lo crean conveniente? ¿Y no ha de haber visto el Sr. Castelar en todos los cantones de la Suiza algún monárquico siquiera, aunque S. S. lo tenga por loco? ¿Y ha visto alguna de esas procesiones o actos públicos con banderas y con alardes antirrepublicanos, y gritando por las calles viva la monarquía y muera la república? (El Sr. Castelar pide la palabra.)

¿Hay libertad en Inglaterra, Sres. Diputados? ¿El ciudadano allí no ejerce libérrimamente todos los derechos que se llaman imprescriptibles? ¿Y ha visto ninguno por las calles de Londres esas manifestaciones con banderas, con faroles y con gritos de viva la república y muera monarquía? (El Sr. Garrido (D. Fernando): Yo mismo he llevado banderas e iba gente con ellas.) Jamás se ha dicho allí viva la república; los enemigos de lo existente tenían otro grito que era el de ¡viva la Carta! pero eso de muera la monarquía y viva la república, los que dicen que lo ha oído lo han soñado. Y si no, aquí hay muchos Sres. Diputados que leen los periódicos ingleses, que siguen paso a paso y conocen perfectamente los acontecimientos políticos de Inglaterra; aquí hay algunos que, han sido educados allí y que han pasado los mejores años de su vida en Londres; aquí hay personas que por circunstancias políticas han vivido años enteros en aquella inmensa población; que me digan si han leído o visto alguna vez semejante cosa, que sería un absurdo incomprensible en aquel país. Y ¡cosa particular! hemos perdido tan completamente la memoria que esos señores a quienes ahora no satisface nada, poco antes de la revolución se contentaban con volver los ojos a Portugal y decir: ¡si gozáramos siquiera de la felicidad que Portugal disfruta! Pero ¿quién sueña en eso? Ni en lo que resta de siglo hemos de llegar a eso: con eso sólo nos contentaríamos. Y volvían los ojos a Italia y decían: ¡Oh, Italia, feliz Italia, quien fuera italiano! ¡Si tuviéramos lo que tienen los italianos podíamos darnos por satisfechos! Y se trasladaban después a Bélgica y nos encarecían la felicidad y libertad de la Bélgica y decían: ¡Si pudiéramos ser toda la vida lo que son los belgas! Y pasaban a Inglaterra y envidiaban a los ingleses.

Pues bien: de repente dan un salto; nos hemos colocado sobre Portugal, Italia, Bélgica e Inglaterra, y ahora les parece poco lo que tenían los portugueses, los italianos, los belgas y los ingleses, a quienes tanto envidiaban antes aquello, y les parece una bicoca: ya ni los portugueses, ni los italianos, ni los belgas, ni los suizos, ni los ingleses son verdaderos ciudadanos libres.

¡Señores, qué cambio tan extraordinario! ¡Pedir tan poco cuando se está en la desgracia, y luego no contentarse con nada cuando se está en la prosperidad!

Sucede aquí un fenómeno singular. Se cree que los partidos que están en el poder se ciegan, se alucinan y no ven la verdad; y aquí los alucinados, los ciegos, son los que están en la oposición. El partido que está en el poder el partido que apoya el poder está donde debe estar; ha cumplido todos los compromisos que ha contraído, todas las palabras que ha dado, todas las ofertas que ha hecho; los que no están en el punto en que deben estar son los de la oposición. Nosotros no hemos faltado a ninguna palabra; no hemos dejado de cumplir ningún compromiso. A donde dijimos  siempre que vendríamos; a este punto; nos contestabais que os dabais por muy satisfechos, creyendo hasta imposible que llegáramos a donde hemos llegado. ¿Por qué esa ceguedad? ¿Por qué esa alucinación? ¿Por qué ahora oponerse a lo que antes se ansiaba tanto y tanto se codiciaba?

Pero, señores, es la verdad que aquí hay un punto esencial de diferencia entre los que creen que promulgada la Constitución, que siendo ley del Estado determinada forma de gobierno se puede atacar esa forma con actos públicos, violentos y subversivos excitando a la rebelión, y los que creen que eso no es posible, que eso es una verdadera anarquía.

Me dice el Sr. Serraclara que no. ¿Pues qué quiere decir (no hagamos como S. S. me decía antes anfibologías), qué quiere decir una procesión paseando por las calles, con grandes banderas con los lemas de "¡viva, la república federal! ¡Muera la monarquía! ¡Arriba la república! ¡Abajo la monarquía!" y dando gritos desesperados a la república? ¿Qué quiere decir eso sino un ataque palmario, evidente, manifiesto, concreto, a la forma de gobierno que la Constitución del Estado determina? ¿Qué quiere decir eso más que una excitación a la rebelión contra la forma de gobierno que la Constitución establece? ¿Qué quiere decir eso más que la falta de todo respeto, de todo atamiento, al fallo soberano de las Cortes Constituyentes, a la ley fundamental del Estado, a la Constitución que todos estamos en el deber, no solo de cumplir, sino respetar y acatar? ¿Pues cómo se respeta una forma gobierno a la cual se está dando en rostro todos los días con gritos y proclamando otra forma contraria? Es necesario, pues, que quede este punto perfectamente deslindado. El gobernador de Tarragona, si ha hecho eso, ha hecho bien. Y ya, que me miro mucho para separar las autoridades; yo que creo que una autoridad mediana cuando lleva algún tiempo en una provincia es mejor que una buena renovándose continuamente, puedo asegurar a S. S. que el gobernador que permita eso de aquí en adelante será en el acto destituido. (Varios Sres. Diputados: Muy bien, muy bien.)

¿Queréis manifestaciones? Enhorabuena: la Constitución las concede, la Constitución las autoriza; pero manifestaciones silenciosas, manifestaciones ordenadas, manifestaciones como se hacen en los países que son libres porque saben ser libres.

Yo ha visto algunas manifestaciones, señores; yo las he visto en Inglaterra, en Londres: yo no he oído jamás esos gritos subversivos contra la forma monárquica, yo he visto una manifestación, producto de un gran meeting, uno de los mayores que ha habido en Londres; yo he visto salir de allí después de la discusión un punto concreto, que es para lo que las manifestaciones se hacen, porque aquí a todo se llama manifestación y es necesario que se sepa lo que es una manifestación política: una manifestación política no es más que la fuerza de la opinión en un punto concreto que se ostenta debidamente para que los poderes públicos la tengan en cuenta en sus acuerdos y disposiciones: y si no es eso, no es nada, o mejor dicho, es una asonada, un tumulto, una perturbación.

Pues bien, yo he, visto una de esas grandes manifestaciones salir de un meeting que se ocupó de un punto dado que se iban a ocupar los Parlamentos: desde el [3076] momento en que salieron del sitio en que el meeting se celebró, iban los que componían la manifestación silenciosos, sin pronunciar una sola palabra, sin interrumpir el tránsito, dejando las aceras a todo el mundo, y al llegar a los Parlamentos los he visto depositar respetuosamente le petición que llevaban y disolverse enseguida. Esas son grandes manifestaciones, respetuosas y respetables; pero esas manifestaciones tumultuosas que aquí se defienden, alterando y perturbando el sosiego público, esas no son manifestaciones, esa son asonadas.

Por consiguiente, quede determinado este punto. Libertad; amplia, toda la que la Constitución establece y mientras no se oponga a la libertad de los demás, más de la que la Constitución establece, si esto fuera posible. Ejercicio de los derechos individuales: amplísimo; discútase todo con formas convenientes en la prensa, en las reuniones, en los clubs: háganse manifestaciones, demostrando a los poderes públicos, que son los que en último resultado han de tener en cuenta lo que en esas manifestaciones se pide, la conveniencia y la oportunidad de la petición; hágase con orden y seriedad; en una palabra, todo lo que la Constitución designa, todo lo que la Constitución permite: y eso no sólo está dispuesto el Gobierno a permitirlo, sino a defenderlo contra cualquiera que lo ataque o trate de mancillarlo; pero de eso a venirnos todos lo días a alterar el sosiego público, a hacer que las familias honradas que viven de su trabajo sean perturbadas en su tarea; de esto a esos gritos que se dan todos los días a favor de una forma de gobierno contraria a la que la Constitución establece, hay un abismo que no se debe traspa6ar y que el Gobierno esta dispuesto á impedir que se traspase.

Pues bien, señores republicanos, ¿sois hombres de orden, sí o no? Respetáis o no respetáis la legalidad? Si la respetáis, es necesario que lo demostréis con vuestra noble conducta y es preciso que hagáis todo lo que esté a vuestro alcance para que la hora de la revolución no sea por nada ni por nadie menoscabada: si no la respetáis, decidlo de una vez y sabremos a qué atenernos, y en tal caso el Gobierno tendrá grandísimo sentimiento, yo tendré un gran dolor, pero el Gobierno y yo, en la parte que me corresponda, habremos de cumplir con nuestro deber.

Si, pues, amáis la libertad, si amáis el orden, si amáis al pueblo español como todos los días nos lo decís, es necesario que lo demostréis con vuestra noble conducta enseñad al pueblo lo que debe saber. Es preciso que tengáis en cuenta que el patriotismo exige de vosotros fe y abnegación en los principios proclamados en la bahía de Cádiz, y que la reacción aconseja. Por el contrario, que pongáis obstáculos y manifestéis repugnancia a los fallos soberanos de las Cortes Constituyentes.

Elegid, pues: ha llegado el momento, la hora de la Patria ha sonado en el reloj de sus destinos, y la Patria exige de sus hijos fe, abnegación y patriotismo para labrar su felicidad. (Bien, bien.)

 



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